A las tres de la tarde.
Lo veo llegar todos los días cerca de las tres. Confiado se acerca y me lanza un saludo casual, a sabiendas de que con su simple ¡Hola! Toma el control de mis sentidos.
Me habla de cualquier cosa, hoy son los libros, mañana el futbol, trivialidades que se graban en mi memoria, atentos mis oídos al sonido de su voz. Tres de la tarde, es hora de entrar, me cede el paso y tomo asiento al fondo de la sala. Dice algunas palabras que no alcanzo a escuchar, porque me pierdo viendo sus ojos claros, sus manos sobre el papel, y su sonrisa traviesa cuando su mirada ronda mis labios...
Camina hacia mi, busca una silla y se sienta a mi lado. Alguien apaga la luz y mis ojos encuentran los suyos en la incipiente obscuridad creada por gruesas cortinas. A lo lejos, una voz que no es la suya rompe el silencio y sus manos comienzan a recorrer mi espalda, lenta, sutilmente. Tímidamente acaricia mi cuello, mientras hbala de cosas que no entiendo, que nunca entenderé, concentrada solamente en el roce de sus manos, de sus hermosísimas manos sobre mi piel... siempre en silencio, sin preocuparle nada, seguro de que nadie puede ver sus dedos descendiendo por mi espalda, después acariciando suavemente mi rostro, jugando extasiado con los rizos de mi cabello. No entiendo porque me mira con esa extraña fascinación...
Vuelve el silencio, su mano busca la mía y dibuja suavemente sobre mis palmas, va recorriendo mis brazos hasta llegar a los hombros donde deposita un cálido y furtivo beso... se sonroja, como siempre que no logra contenerse; está conciente del peligro, de las miradas de fuera, por eso guarda siempre silencio. Silencio, siempre silencio...no hay palabras entre nosotros, sólo las suaves caricias, testigos mudos de ésto que no sabemos que es. Sus manos en mi piel, visible prueba de refrenado deseo. Se pregunta al levantarse cuánto más podrá esperar...
Camina hacia el frente y enciende la luz, son casi las cinco y es hora de partir. Dice algunas palabras que comprendo a medida que voy saliendo de mi asombro, aun sin poder despegar mis ojos de sus manos, sus grandes y hermosísimas manos. Mi oído sigue pendiente de las ondulaciones de su voz, gastada por el tiempo.
Da por terminada la clase y todos se levantan rápidamente de sus asientos, me demoro en recoger mis libros, aun titubeante y confundida. Al pasar a su lado, me regala una sonrisa y un hasta mañana. Yo me alejo entre rumores, pensando solamente en cuánto deseo que hoy se convierta en mañana, que sean ya las tres de la tarde.