Pequeña historia que termina mal (y rescaté trasteando)
Ellos se conocieron y se amaron.
Después de un tiempo , Él comenzó a reprocharle la falta de amor, decía quererla más de lo que Ella lo quería.
Quizá siempre tuvo razón, aquel hombre casi perfecto no podía medirse a la hora de amar. La amaba demasiado, que es casi lo mismo que no amar en absoluto.
La amó con palabras que terminaron por sofocarla y perder sentido, un día cualquiera las palabras no dijeron nada.
La amó con caricias carentes de sutileza que con el tiempo le borraron las huellas digitales y se volvieron rudeza innecesaria.
La amó con deseo, lujuria, pasión, extrañeza, resaca, desesperación, locura, gritos y grandilocuencia.
La amó a pesar del espejo y la desgana…
La amó demasiado y terminó marcándola para siempre, haciendo de ella la sombra de lo que pudo ser.
Ella lo amó en calma, con la suavidad de la brisa que sigue a una fuerte lluvia, lo contemplaba en silencio mientras dormía, y reía para si cada que sus manos se entrelazaban. Contaba los días y las noches, lo amó a pesar del ruido y el desenfreno.
Pero nunca fue capaz de dejárselo saber…
Un día el hastío apareció, los velos cayeron y ambos se dieron cuenta de que estaban atrapados. Él con un bloque de hielo que se derretía lentamente. Ella en medio de un incendio que jamás podría controlar.
Entonces Ella se fue, de haber sabido lo que vendría después quizá se hubiera quedado hasta que el cansancio se apoderara de Él y la dejase ir sin tanta fórmula, sin tantas lágrimas… pero nunca sabremos si esta historia pudo haber tenido un final feliz.
Terminó así. Él siguió amando demasiado, las palabras dulces se convirtieron en amenazas y las caricias en fuego que le dejó en las manos. Y siguió hasta que un día el destino lo encaró disfrazado de respuesta. La muerte vino a su encuentro vestida de arena y sal.
Al día siguiente, de Él y Ella no quedó mas que un obituario en el periódico y una niña temerosa que aún camina por ahí, arrastrando un cadáver invisible que pesa sobre sus ojos; que el tiempo, lejos de borrar, se ha encargado de hacer tan indeleble como la huella de su ausencia en la piel.
Ellos se conocieron y se amaron, parecía sencillo…
Después de un tiempo , Él comenzó a reprocharle la falta de amor, decía quererla más de lo que Ella lo quería.
Quizá siempre tuvo razón, aquel hombre casi perfecto no podía medirse a la hora de amar. La amaba demasiado, que es casi lo mismo que no amar en absoluto.
La amó con palabras que terminaron por sofocarla y perder sentido, un día cualquiera las palabras no dijeron nada.
La amó con caricias carentes de sutileza que con el tiempo le borraron las huellas digitales y se volvieron rudeza innecesaria.
La amó con deseo, lujuria, pasión, extrañeza, resaca, desesperación, locura, gritos y grandilocuencia.
La amó a pesar del espejo y la desgana…
La amó demasiado y terminó marcándola para siempre, haciendo de ella la sombra de lo que pudo ser.
Ella lo amó en calma, con la suavidad de la brisa que sigue a una fuerte lluvia, lo contemplaba en silencio mientras dormía, y reía para si cada que sus manos se entrelazaban. Contaba los días y las noches, lo amó a pesar del ruido y el desenfreno.
Pero nunca fue capaz de dejárselo saber…
Un día el hastío apareció, los velos cayeron y ambos se dieron cuenta de que estaban atrapados. Él con un bloque de hielo que se derretía lentamente. Ella en medio de un incendio que jamás podría controlar.
Entonces Ella se fue, de haber sabido lo que vendría después quizá se hubiera quedado hasta que el cansancio se apoderara de Él y la dejase ir sin tanta fórmula, sin tantas lágrimas… pero nunca sabremos si esta historia pudo haber tenido un final feliz.
Terminó así. Él siguió amando demasiado, las palabras dulces se convirtieron en amenazas y las caricias en fuego que le dejó en las manos. Y siguió hasta que un día el destino lo encaró disfrazado de respuesta. La muerte vino a su encuentro vestida de arena y sal.
Al día siguiente, de Él y Ella no quedó mas que un obituario en el periódico y una niña temerosa que aún camina por ahí, arrastrando un cadáver invisible que pesa sobre sus ojos; que el tiempo, lejos de borrar, se ha encargado de hacer tan indeleble como la huella de su ausencia en la piel.
Ellos se conocieron y se amaron, parecía sencillo…
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