sábado, noviembre 26, 2005

Ojalá

Que el tiempo no se acabe.
Que sea capaz de olvidar lo que no sirve de nada.

Curioso, ha pasado sólo una semana desde que escribí algo aquí y se siente como un siglo, no sé qué decir, después de todo la tormenta ha pasado ya.



Caminas por la calle con paso singular, no muy de prisa ni muy despacio, algo en ti denota tristeza. No, no hay lágrimas en tus ojos. No, no es el cabello sobre el rostro. Es un indefinible matiz de desamparo, de derrota. Lo sé porque te conozco, porque nunca lo había visto antes, no así, no en ti.
Mil pensamientos cruzan tu mente, lo has visto hoy también; han sonreído y cantado y hablado durante horas de todo y nada. Cuando la tristeza apareció en tus ojos, Él intentó detener el tiempo, el universo, para descubrir que era esa nueva pena que asomaba a tu rostro. Te dijo lo que querías escuchar. No escuchaste.

Estabas ocupada sinténdote de nuevo pasada por alto, abandonada, preguntándote porqué. Sí, es verdad, te adora, pero no está enamorado de ti y nunca lo estará. Demasiado pequeña, demasiado insignificante, ¿peligro en tus ojos? No entendiste lo que acaba de decir.

Lo contemplas como todos los días, mientras él te sonríe y te habla de ella. Tratas de convencerte de que ya pasará, de que no es el primero ni el último, de que eventualmente terminarás acostumbrándote al brillo de sus ojos, a la caricia de sus manos y al sonido de su voz. Quieres creer que dejarás de verlo (de quererlo) como ahora lo haces, que un día de repente el sentimiento que ahora te ocupa se esfumará para dar paso a una cómoda rutina. No funciona, no puedes engañarte.

La pregunta sigue en el aire, sabes que así se quedará. Ahora no tiene sentido buscar respuestas.

Pequeña niña del espejo, algún día volveremos la mirada alegre a los (tus) ojos, esos que no mienten.
Alguna vez volveremos a ser.